Un caso de inspiración que resolvió un problema

La chica con el casco de fútbol americano


Corría año 1998, yo cursaba mi tercer año como becario del Curso Superior en Cirugía Plástica de la UBA en el Hospital Italiano. Mi jefe de servicio y director de la carrera, el Dr. Luis Margaride era referente en Cirugía Maxilofacial en Argentina. Como tal, nos llegaban derivaciones de casos difíciles de otras instituciones.


Eran los primeros años en Argentina de la cirugía de distracción osteogénica gradual (DOG) y ya teníamos en el servicio muchos casos de DOG operados. La DOG es un procedimiento en el cual se “gana hueso a partir del mismo hueso”: se realiza un corte muy preciso en las corticales del hueso (capa solida q lo recubre) dejando indemne la médula ósea (parte blanda e interna). Se coloca un sistema de clavijas a cada lado del corte óseo sostenidas por un sistema de ejes y roldanas el cual al girar una perilla a razón de 1 mm por día consigue lograr un estiramiento óseo. Es el propio hueso que va cubriendo con “más hueso” ese espacio ganado. Se gana un milímetro por día de nuevo hueso.


Pues bien…


Nos llega derivada la protagonista de esta historia. La voy a llamar Laurita, para preservar su identidad.


Laurita era una brillante estudiante de 14 años, ya en primer año de la secundaria. Muy inteligente. Se le notaba en la mirada, en la percepción de su enfermedad, en el rápido entendimiento de las indicaciones y más importante aún… de las implicancias de la cirugía a la que se iba a someter.


Laurita padecía de una enfermedad poco frecuente, el síndrome de EEC: Ectodermia, Ectrodactilea y Cleft (fisura labio palatina o labio y paladar leporino). Para entendernos, tenía problemas en la piel y el pelo, también ausencia y miniaturización de piezas dentarias, dedos de manos y pies unidos entre si y labio y el paladar abiertos, sin terminar de fusionar.


Para colmo también sufría de una xifoescoliosis (columna vertebral torcida) muy importante que le generaba una caminar ondulante y dificultoso.


Había sido derivada ya operada de su fisura o hendidura labial y de paladar porque presentaba una microretrognatia (mandíbula chiquita y hacia atrás) que le traía problemas para respirar y tragar.
Pero lo que más le molestaba en realidad a Laurita era que no se le entendía bien al hablar. El mentón tan hacia atrás casi no dejaba lugar al normal movimiento de la lengua, al correcto cierre de los labios y costaba entenderle cuando se expresaba. Repito el inicio… Laurita era una persona muy inteligente y que le iba muy bien académicamente.


Se programó y se realizó la intervención: distracción ostegénica gradual bilateral bidireccional (rama y cuerpo de la mandíbula).


La cirugia no salió como todos esperábamos. Ya en el postoperatorio inmediato vimos que el sistema colapsaba: en vez de elongar la mandíbula estaba llevándola más hacia atrás. El cuadro clínico estaba empeorando en vez de mejorar. Había que pensar una solución y lo más rápido posible.


Con esa preocupación volví a mi casa. Ya había creado un lazo afectivo con mi paciente, yo era el residente asignado. Ya hablábamos de su vida, de sus logros estudiantiles y no tanto de la cirugía. Tenía que encontrar una solución.


Por suerte dentro de mi agotamiento mental decidí mirar un poco de televisión, hacer zapping. Zas, ¡Eureka!. Vi un tramo de un partido de fútbol americano con sus clásicos cascos y vi como uno de los jugadores tenia enganchado el protector bucal en los cilindros de metal de cubren por delante para evitar lesiones en el rostro y la mandíbula. ¿Qué tal si le fabrico a Laurita un “casco de fútbol americano”? Un sistema que permita colgar por medio de gomas elásticas el sistema del distractor al casco obligándolo a ir hacia adelante y no hacia atrás como estaba sucediendo.


Previa autorización de mi jefe me fui a la ferretería y a una casa de venta de acrílicos y arme el casco con el sistema de sujeción anterior de donde se colgarían las gomas tractoras para darle estabilidad al conjunto. Pensé todo el tiempo en ella. Lo decoré. Fui también a la mercería y compre goma espuma para que no le molestara el uso cotidiano del casco y tela con florcitas, acorde a un casco que luciría una adolescente.


Con una sonrisa de oreja a oreja se lo mostré y se lo probé explicándole que era una posible solución al problema actual de la complicación postoperatoria.


Laurita solo atino a preguntarme si debía usarlo todo el día, si debía ir al colegio con “eso” puesto. La respuesta era obvia, era sí. No pude llegar a responderle. Lagrimas brotaron de su rostro y del mío casi al mismo tiempo. Toda su vida había puesto toda su esperanza en esta intervención. Y las cosas no estaban saliendo como ella y nosotros hubiéramos querido. Ir al colegio y enfrentar a sus compañeras ya era un suplicio para ella y encima tenía que ir con “eso” puesto al colegio!!??


El final de esta historia es que Laurita acepto llevar “su casco de fútbol americano” todos los dias al colegio. El sistema funcionó. El resultado no fue todo lo exitoso que esperábamos pero se superó la complicación.


Yo terminé mi formación como cirujano plástico en el Hospital Italiano. Dejé de verla en los controles, y no me enteré más de cómo siguió su vida.


No hay ni un día que recuerde mi paso por ese hospital y por ese servicio… que no me acuerde de las lágrimas de Laurita.


Dr. Fabián Pérez Rivera
MN 86793
 

19/3/2020 / BLOG