Los arrepentidos del tatuaje
Foto: Marina, Se estampó una flor, luego de haberse borrado con láser un dibujo que se hizo con un novio.
15.03.2009
“No podía soportar ver el nombre de mi ex novio en uno de mis pechos”; “Ahora estoy bien, tengo proyectos, y quiero borrar esa marca del pasado”; “Sentía vergüenza y angustia”; “Parece una pavada pero no lo es”. A la par de la moda de tatuarse, crece también un fenómeno con menos onda y más doloroso: los que no se bancan más tener una marca eterna de tinta y se la sacan. En las clínicas donde se remueven los tatuajes –mediante sesiones de rayo láser o cirugía– las consultas y operaciones son cada año más frecuentes. Historias de traumas, o casi, que se diluyeron y dejaron una sombra y un agujero en la billetera.
“El rechazo al tatuaje puede estar asociado a diferentes situaciones. Que no quedó como se esperaba, que el tatuaje era un emblema de identificación ligado a la pertenencia a determinado grupo y que, al no pertenecer más a dicho grupo, contrasta con la nueva identidad, o que estaba ligado a un vínculo amoroso que se terminó”, explica la licenciada Patricia Saks, analista en formación de la Asociación Psicoanalítica Argentina, que realizó una extensa investigación sobre quienes desean desprenderse del tatuaje.
Marina Macrade, 33, trabaja en la producción de Los exitosos Pells. A los 18 estaba tan enamorada de un novio que se tatuó un caballito de mar en el brazo izquierdo que significaba estar con él. Pero cortaron y el simpático caballito mutó en estigma. Averiguó con un dermatólogo y el año pasado empezó las sesiones con láser: “Es que era heavy tenerlo”. Eso sí, como le quedó una sombra difusa y poco estética, encima se tatuó una flor. Para remover un tatuaje las opciones son dos: la cirugía estética o un tratamiento de varias sesiones –lo ideal son diez– mediante láser. La cirugía arranca en 700 pesos y las sesiones de láser –que de tan dolorosas que son pueden requerir anestesia– cuestan desde 300 pesos hasta 1.500 cada una, dependiendo de la complejidad del tatuaje. Por ejemplo, si tiene colores, es más caro.
“Las remociones se incrementan año a año. Los jóvenes de 18 a 30 años que se hicieron tatuajes con alto significado simbólico son los que más se los sacan”, cuenta el doctor Fabián Pérez Rivera, especialista en remoción. “Igualmente, siempre queda alguna sombra o imperfección”, aclara. “Con la popularización de los tatuajes también aumentó la demanda para removerlos. Muchos pacientes los remueven para entrar en la policía”.
Mariano C. tiene 24 años y está haciendo la carrera militar. Hace ocho años decidió tatuarse sus iniciales en una pierna. El encanto duró un lustro, pero después vino la sensación de ajenidad con la marca: el año pasado el láser se lo borró. “Por suerte se lo sacó, ahora en el ejército da una imagen mucho mejor”, dice feliz Rosa, su mamá.
Si hay alguien que sabe de tatuajes, ése es Mariano Antonio (37), el tatuador de los famosos, el que acaba de mitificar el brazo de Tinelli: “Salen muchos tatuajes religiosos, de amor, y hasta esvásticas. Y la verdad que hay varios que pensás que la persona se va a arrepentir”. De arrepentimiento sabe Lucía S. (26). A los 18, bien jovencita, tuvo un hijo, Lucas. A poco de convertirse en madre, quedó encantada con el tatuaje de un amigo que tenía el nombre de su hijita en el cuello y lo copió. ¡Para qué! Le resultó horrible desde el vamos. “No era delicado como yo quería”, explica mientras camina hacia la playa de Pinamar aliviada porque es el primer verano, desde que se tatuó, que gracias a una cirugía, va a poder atarse el pelo y no sentir vergüenza: “Odiaba que me preguntaran del tema. Me sentía vulnerable. Por suerte se terminó”. “No me haría otro en la vida, y a los que se tatúan les recomiendo que se piensen unos años más tarde”, recomienda tajante Lucía.